24 febrero 2013

Equidad de género en la crianza



Si bien hoy se alaba mucho a ciertos sistemas de crianza (recetarios destinados a indicarle, generalmente a la madre, qué hacer en cada situación), tiendo a ser escéptica respecto de la eficacia y autoridad de tales mandatos. Y más allá del escepticismo, tengo mis sospechas respecto de la agenda política subyacente a cada uno de estos modelos y de sus afanes comerciales y estandarizadores.

Psicólogos, pediatras, educadores y otros profesionales (y no profesionales) que trabajan con bebés, a veces aconsejan sobre la base de teorías difíciles de falsear por la imposibilidad de experimentar con personas (en particular con niños), de modo que muchos estudios provienen de investigación en animales no humanos o en niños con problemas de salud o de conducta. Es decir, todavía no se sabe tanto como se cree sobre el desarrollo psicológico de los niños o sobre sus formas de aprender. Por eso muchas recomendaciones tienen como antecedente experiencias anecdóticas o se han construido a partir del criterio personal de su autor.

Debo referirme, pese a lo que dicen sus acérrimos defensores, a la llamada "crianza con apego" (attachment parenting) y a otros enfoques afines como la "crianza natural" y la "crianza ecológica". Considero que mucho de lo que sugieren, como que a un niño deba dársele afecto y cariño, tratársele con respeto y atender sus necesidades, son cosas de sentido común. Por eso cuestiono en particular la denominación "con apego", pues sugiere que otras formas de criar que estén por fuera de los lineamientos, serían crianzas "sin apego" (¿sin cariño?). De hecho, parece que los orígenes de lo que hoy se llama crianza con apego son muy diferentes a lo que ahora se entiende como columna vertebral del sistema. Según he podido deducir de la lectura de foros, blogs y artículos, hay tres pilares fundamentales en la crianza con apego:
  1. Lactancia materna exclusiva y prolongada.
  2. Colecho (compartir la cama con el bebé hasta que él pida dormir por su cuenta).
  3. Cargar al bebé (pegado al cuerpo de la mamá, con portabebés, no usar coche).
Sobre las implicaciones de la lactancia, escribí ya un post con mis puntos de vista, pero reiteraré aquí que, sin desconocer las bondades de la lactancia, no comulgo con la práctica de culpabilizar a la mujer que no puede o no quiere dar de lactar. No debe perderse de vista que una madre es ante todo una persona -no un instrumento-, cuya voluntad debe ser respetada en decisiones relacionadas con la crianza y su compatibilidad con otros deseos de realización personal y profesional. Más aún frente al costo sociológico de la lactancia exclusiva y los cuestionamientos que ha llegado a tener su efectivo beneficio para la salud.

En cuanto al colecho, desconozco su implementación, pues mi hijo durmió siempre en su propia cuna y, desde los seis meses, en su propia habitación sin ningún problema, sin llantos desgarradores como los que se muestran en algunos vídeos que abogan por el colecho y que definitivamente no muestran métodos para enseñar a dormir, sino formas de maltrato infantil. Aunque la seguridad de esta práctica ha sido puesta en duda, quienes abogan por el colecho aplican sistemas de seguridad para disminuir el riesgo de dormir junto a un bebé.

Sobre el "porteo", el uso de pañales de tela, la comida orgánica y otras prácticas sobre las que he leído o me han contado, mi corta experiencia y mi razonamiento me dicen que ninguna es crucial para una crianza saludable. En términos generales parece imposible cumplir con tantos parámetros a menos que no se trabaje. Elisabeth Badinter, en su libro "El Conflicto", sostiene que las ideas de la crianza con apego imponen numerosas y complejas obligaciones sobre la mujer, creando una imagen de madre perfecta o ideal, imposible de alcanzar. Esto genera un sentimiento de culpa y frustración cuando no se pueden seguir tantas indicaciones y hacen ver el "oficio" de madre como incompatible con el mundo laboral. Carol Smart se refiere a estos mandamientos como imperativos morales normalizadores que actúan como pruebas para descubrir si las madres cumplen o no las "normas" de la maternidad. Es posible también que la angustia genere la necesidad de consumir una serie de bienes y servicios que ofrece la industria generada alrededor de los sistemas de crianza.

Pero además de ello -y en este punto mi horizonte se ha ampliado gracias a las conversaciones con el padre de mi bebé- la vuelta a "lo natural" sugiere, unas veces de forma directa y otras veces de forma implícita, que únicamente la mujer es apta para la crianza de los niños, que sólo ella puede establecer un vínculo emocional sano con el pequeño, que es exclusivamente femenina la llamada "ética del cuidado", afín al hogar y a la atención de la familia, por oposición a la ética masculina de la justicia, las relaciones sociales, la política y la institucionalidad. Esto es profundamente discriminatorio para varones y mujeres por igual. Decirle a un padre que no puede encargarse de la crianza de su hijo porque es varón, es discriminatorio. Decirle a un hombre que no debe optar por quedarse en casa y ser padre a tiempo completo porque eso le corresponde sólo a la madre, es limitar sus libertades y resulta, obviamente, en el esquema de jerarquía de género contra el que por tantos años ha luchado el feminismo. Por esta razón considero indispensable dejar de ignorar el rol de los padres en la crianza de los niños, y debatir también sobre las maneras como ellos deben equilibrar su vida profesional y familiar, pues ésta ya no debe ser una discusión que involucre únicamente a las mujeres. El rumbo, a mi criterio, es la crianza equitativamente compartida.

Adrian y su papá

Por eso me gusta indagar en las dinámicas de las familias no tradicionales, como por ejemplo la de éste papá blogger, que cuida a sus gemelos todo el día mientras su compañero trabaja. Por razones evidentes estos niños no pudieron tomar leche materna: ¿están destinados a ser infelices o a ser malas personas? Hay investigaciones que sugieren que los mejores padres serían las parejas gay. Y en un caso así la decisión sobre quién trabaja y quién se queda en casa no puede estar basada en asignaciones de género, y eso es lo esencial del asunto: así deberían funcionar las decisiones de esta naturaleza; se debe decidir pensando, no por prejuicio, costumbre o mito.

No he leído a profundidad a los llamados gurús de la crianza que están de moda en América Latina y España, como Laura Gutman y Carlos Gonzáles, pero he podido revisar al respecto una tesis doctoral que analiza sus ideas entre otras nociones de "nuevas maternidades". Creo que muchos principios propuestos por tales gurús tienen escaso fundamento científico y su comercialización sólo ha empeorado el problema, a lo que debo agregar que nunca podría compartir una idea como la de que "desde el punto de vista del niño no es lo mismo el cuidado materno que el paterno" (cita atribuida a Gutman en la referida tesis). He leído, también, recomendaciones de La Leche League (la Liga de la Leche) que me suenan a fundamentalismo rayano en lo fanático. Y se me vienen a la mente unas escenas de la película "Away we go" en la que una mamá dice que no usa coche porque ama a su hijo y ¿por qué querría empujarlo lejos de sí? A la postre, en la cinta se ridiculiza con un humor elegante la exageración de estos encuadres, mostrando finalmente al niño de la pareja que cría con apego, subiendo de buena gana a un cochecito y divirtiéndose como nunca, ante los ojos desesperados de sus padres.

Ciertamente somos mamíferos y somos animales, pero no podemos moralizar todo lo natural sólo por ser natural. Además, ¿qué es lo natural en las sociedades humanas que cargan tras sí siglos y siglos de historia y cultura? Lo natural por oposición a lo artificial o a lo tecnológico también es una dicotomía construida culturalmente.

Mi preocupación es que detrás de estos modelos de crianza exista una agenda que retorne a esquemas que ya se han superado, al menos parcialmente, como los que afirman que la mujer pertenece al hogar y a los hijos, aún a costa de sí misma, porque el trabajo fuera de casa es contrario a los intereses del niño, debiendo renunciar, por ejemplo, a su independencia económica para ser buena madre (William Sears llega a sugerir que con tal de quedarse en casa, la mujer debería dejar su empleo y pedir un préstamo bancario si no le alcanza el dinero), independencia que en nuestro mundo occidental es una de las claves para vivir sin violencia y disminuir la vulnerabilidad.

No existen fórmulas mágicas ni recetas en la crianza. Si la crianza con apego funciona para alguien, no profundiza la subordinación de un género a otro y no se utiliza como arma para juzgar y disminuir el valor de otras formas de criar a los hijos, pues qué bien. La maternidad es una importantísima dimensión de la vida de una mujer, pero no es toda su vida. Existe evidencia a la que debemos prestar atención por nuestro bienestar y por honestidad intelectual: se sabe, por ejemplo (gracias a estudios empíricos muchas veces tristes, como el de los huérfanos de Ceausescu), que el abandono y la hostilidad en tempranas edades tienen efectos definitivos en el desarrollo, aunque para crear medioambientes afectuosos y tranquilos no haya una receta precisa. Vale la pena estar alertas ante corrientes de ideas que no admiten flexibilidad, que asignan roles definitivos y "destinos naturales" a los seres humanos y en ese tránsito van desde la satanización de la fórmula láctea hasta la de las propias vacunas, no sin indicarnos que para conectarnos con nuestra intimidad salvaje de mujeres es mejor sentir y no razonar. Y allí está el caldo de cultivo para que proliferen creencias, supersticiones y mitos que no propician bienestar ni se oponen a la discriminación.

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Para leer (en inglés):
Attachment Parenting Vs. Feminism
Working Moms are Right to Be Realistic
How Feminist is Attachment Parenting?
The Vaginal Mystique
What is Equally Shared Parenting?
The Case Against Breast-Feeding