10 mayo 2014

Maternidad, feminidad, masculinidades

"Lo que me temo del humanismo es que presenta una cierta forma de ética como un modelo universal para cualquier tipo de libertad" (Michel Foucault)

Como madre feminista, pienso mucho en la incomodidad que me provocan las "recetas" para ser mamá. Incluso las que vienen de ciertos feminismos. Me preocupa el peligro latente de que los discursos emancipadores en algún momento se vuelvan opresivos, especialmente en ausencia de un cuestionamiento continuo de las propias prácticas. Las ciencias políticas se han ocupado ampliamente del riesgo de institucionalización de los movimientos sociales y estoy segura de que ese riesgo es real y perturbador para los movimientos feministas.

Autoras como Jana Sawicki, Elisabeth Badinter y Donna Guy (quien tiene varios estudios reveladores sobre la historia de la maternidad en América Latina), entre muchas otras, han descrito la incidencia de los discursos sobre maternidad en el establecimiento de roles de género. No cabe duda que el rol de madre ha sido significativo en la construcción de lo femenino como un espacio doméstico, y de la feminidad como capacidad de cuidado. En un trabajo muy influyente, Carol Gilligan describió una ética específicamente femenina, la "ética del cuidado", que en muchos casos fue fundacional para pensar en la subjetividad femenina/feminista. Por eso entiendo los esfuerzos por reivindicar la maternidad y por apropiarse de la relación entre madres e hijos fuera de los modelos patriarcales. Pero creo que esos esfuerzos pueden llegar a traducirse en nuevos mandatos de universalización, nuevos esencialismos, nuevas instrucciones que al ser prescriptivas son moralizantes y disciplinarias.

Entiendo, por ejemplo, que el modelo de la crianza con apego, al que ya me he referido en otro post, tiene en principio una inspiración liberadora de mandatos tradicionales de maternidad, elaborados tal vez en su mayoría por varones, tecnificados, indiferentes a las reales necesidades de afecto de las niñas y los niños. Pero me temo y siempre insisto en ello, que estas propuestas se concentren demasiado en la feminidad de la maternidad, en su "naturalidad" (dejando fuera de paso a la relación padre-hijo o su equivalente), con lo que se vuelven descriptivas de una "esencia de mujer" y se convierten en manuales de optimización que podrían rayar en lo punitivo. He llegado a escuchar conversaciones sobre la necesidad de regular la lactancia materna para criminalizar a las madres que no dan el pecho. Pero sin llegar a tales extremos, temo que estos discursos retornen a la naturalización de las identidades, planteen una nueva ortodoxia y  e ignoren la naturaleza histórica y cultural del género, descalificando las infinitas posibilidades de maternidades y paternidades "disidentes".

Me digo a mí misma que muchas mujeres pueden sentirse amenazadas por los proyectos que se alejan de las definiciones de una esencia femenina, porque parecería estar en riesgo la identidad individual, social y política. Al fin y al cabo, cuestionar la identidad significa perder algo de competencia y de poder. Hay proyectos feministas, sobre todo los liberales pero también desde las izquierdas, que consideran que preservar la noción de feminidad es compatible con sus luchas. Yo insistiría en que esto olvida que la feminidad también es producida, fabricada, contingente. Lo mismo puede decirse, naturalmente, de la masculinidad.

Prefiero pensar al feminismo como un marco no prescriptivo ni reivindicador de ninguna esencia. Busco un feminismo interrogador. No podría decirles a otras mujeres cómo ser madres, porque lo que funciona para mí puede no funcionar para ellas. Lo que me interesa es saber cómo históricamente se ha hablado de la maternidad y se ha creado el rol de madre con diferentes implicaciones para la vida de las mujeres -y de todos-. Así como creo que la sexualidad y el género son construidos, pienso que la maternidad se crea a través de los discursos que sobre ella se predican, incluyendo los que subrayan su dimensión biológica. Me pregunto por ejemplo, ¿cuándo y cómo emerge históricamente la idea de que la madre debe ser la sustentadora emocional en la crianza? Por eso también me interesa mucho discutir la exclusión de los varones de los espacios maternales. El modelo predominante asigna al padre la tarea de provisión material, pero no la de cuidado o acompañamiento emocional.

Creo que la tarea feminista también es revelar lo que hay detrás de las masculinidades hegemónicas, de los modelos que hacen que la "hombría" se actúe a través de la violencia y el desapego emocional. Creo que las estructuras patriarcales oprimen tanto a mujeres como a varones. Creo que no hablamos lo suficiente de la paternidad, o de la situación de los niños que crecen sin padre y sin madre, y no hablamos lo suficiente de quienes colectivamente cumplen el papel de padres y madres de forma intermitente: abuelos,  niñeras, cuidadores, hermanos, parientes, maestras. No hablamos lo suficiente de las familias y las relaciones entre los adultos y la niñez fuera del modelo monogámico/heterosexual.

Y así, sufriendo este temor continuo de que nuestras experiencias y narrativas se vuelvan hegemónicas o disciplinarias, me he preguntado si no será mejor dejar de hablar por un momento de La Mujer y de La Madre. Me inspiro en Judith Butler y en Gloria Anzaldúa, y pienso en la valentía con que escriben sobre la indefinición, el mestizaje, lo híbrido, lo que no es y al mismo tiempo es de muchas maneras. Ese punto de partida permite la aparición de subjetividades múltiples y llama la atención sobre las mujeres, no como entidades con esencia o naturaleza definida, sino como las personas a las que llamamos mujeres y que continuamente constituimos como tales.

Cuando hablo de mí misma como feminista también quiero usar la palabra como algo inacabado, algo que no termina de definirse y que no necesita imperativos para ser. Para mí, la ética feminista, por supuesto, es una ética contra la discriminación, pero por eso es también la ética del cuestionamiento, de la inconformidad.  Y en lo personal, es la ética de la eterna curiosidad y la permanente revisión de la propia vida y los propios principios. Es una ética que quiere resistir todas las formas de sexismo, racismo y clasismo, y quiere hacerlo desde la deconstrucción de lo universal.