07 marzo 2015

Mi día de la mujer


He querido escribir este texto hace tiempo. Pero la velocidad de este mundo nos roba el tiempo, lo que es igual a decir que nos roba la vida. Pienso que el balance trabajo-vida es solo una noción abstracta cuando toda posibilidad de existir dignamente está ligada a la capacidad adquisitiva, por más que algunos se empeñen en idealizar las bondades de las cosas que supuestamente "no tienen precio". La verdad es que el disfrute de esas cosas es justamente lo que queda vedado cuando se lucha, desde condiciones precarias, por sobrevivir.

Yo soy una mujer privilegiada. Nunca tuve que preocuparme por obtener las condiciones más básicas que hacen posible la vida, como el acceso al agua, a alimentos, a atención médica. Tuve educación en todos los niveles y hoy trabajo en un proyecto de investigación que me obliga a confrontarme todos los días con la experiencia de mujeres que, además de estar oprimidas por el mismo sistema esencialista que me daña a mí, confrontan otros problemas de abandono y olvido. 

Sería pretencioso de mi parte intentar hablar a nombre de esas mujeres. Creo que el profundo respeto y la empatía que se puede sentir por personas a quienes comprendemos pero cuya experiencia no vivimos puede traducirse en acompañamiento y conversación, pero no en representación. Sin embargo hablo desde mi espacio. Mi espacio de mujer disidente. Se me ha dicho, por ejemplo, que la maternidad no es compatible con una carrera académica. Que si no tengo tiempo o recursos para hacer las dos cosas debería darle prioridad a una: naturalmente, a la maternidad. Se me ha dicho que mi investigacion, que pone énfasis en la experiencia de las personas, es un conocimiento de menor valor porque no es científico, objetivo, generalizable.

El mayor reto que enfrento ahora es el de encontrar mi propia voz como académica, política y persona que vive en la Tierra tratando de entender qué es lo que permite que se junten dolor e indiferencia tan frecuentemente. Le he dicho a la persona que acompaña mi aprendizaje -mi tutora- que la producción de conocimiento de la que yo había participado desde la dinámica tradicional de una facultad de derecho de mi país, era una suerte de recopilación comentada de la producción de otros -generalmente europeos varones-, que nunca cuestionó la epistemología misma en la que se basa todo el bagaje de la doctrina jurídica occidental, ese sistema de binarios, dicotomías y jerarquías que nos fuerzan a interpretar el mundo en términos de individualidad, legalidad e ilegalidad, sin ocuparse de la manera en que el derecho es cómplice en la construcción de la "anormalidad" que margina a los sujetos subalternos. 

Hay momentos en que me quedo en silencio y observo. Veo a mi hijo. Está enfermo, su cuerpo pequeñito ya tiene que luchar contra sí mismo, contra una destrucción que viene de adentro. Ahora más que nunca, frente a la vulnerabilidad del cuerpo y la fragilidad de la salud, sé que no hay perfección en la "naturaleza", que nada es el producto de un diseño "inteligente" ni existe con algún tipo de finalidad ulterior. Todos los que vivimos las marginalidades deberíamos saberlo. No hay nada más allá; las posibilidades de resistencia, reivindicación y dignidad están en nuestra creatividad para subvertir, distorsionar y reírnos de los valores que desde hace siglos nos han dicho que son los únicos deseables.

Yo soy la madre disidente de este niño que me trajo descubrimientos sobre el poder opresivo de los estereotipos. Siendo mamá como "no se debe", he podido ser para él, una mejor versión de mí misma. Mi hijo me hace pensar todos los días en mi propia niñez, siempre condicionada por formas, estéticas, actitudes y capacidades que estaban fuera de mi alcance y por cuya ausencia me sentía culpable. Me ha hecho pensar en lo terrible que es vivir en un mundo en el que el simple hecho de ser varón y blanco es estadísticamente una ventaja. Me ha hecho pensar en la vulnerabilidad de las niñas y niños, en lo ignorados que están en las comunidades modernas, sobre todo en las más polarizadas; invisibilizados por nuestro adultismo que nos lleva a diseñar barrios, ciudades, países enteros sin pensar en ellos. No habría podido ver todo esto si en lugar de reconciliarme con mi ser por fuera de la norma hubiera pasado el tiempo tratando de vencerme a mí misma para encajar en el ideal occidental y burgués de mujer, mamá, profesional, esposa, etc., y así ganarme el elogio de personas que finalmente no son siquiera cercanas. 

Este es mi día de la mujer. Un día en el que pienso en el sufrimiento humano comenzando por mi entorno inmediato e imaginando desde ahí mis conexiones con otros espacios en los que las mujeres están siendo excluidas e ignoradas. Espacios como el de una política pública que pescribe las soluciones más ineficientes para los problemas más urgentes sobre la base de los criterios más esencialistas. Una política que discrimina cuando alimenta nociones de normalidad y desviación desde la pretendida superioridad de un discurso que se dice objetivo. Paradójicamente, lo que está sucediendo, esta nueva marginación de la disidencia sexual, esta negación de acceso a una educación incluyente; esta nueva puesta en marcha del aparato punitivo del Estado como reacción a todos los problemas, ofreciendo la apariencia de respuesta a los ciudadanos cuando se sabe que la criminalización nunca ha solucionado nada; este colonialismo desde adentro, está inscrito en un discurso que proclama un rompimiento con los regímenes conservadores del pasado. Eso invita muchísimas preguntas. Preguntas que tienen que ver con los espacios emancipatorios que puede ofrecer la izquierda hoy en temas de ciudadanía sexual; preguntas sobre la posibilidad de que las cuestiones de género sobrepasen la capacidad de los programas de bienestar social y progreso económico, preguntas sobre la penetración de los criterios tecnocráticos neoliberales en todos los espacios, hasta en los más progresistas, convirtiéndose en el único lenguaje posible, que es capaz de articular un doblepensar orwelliano y legitimarse desde nociones de democracia, derechos humanos y desarrollo económico, que poco significan en las luchas cotidianas de las personas que viven a la sombra de la institucionalidad, buscando permanentemente una manera de aliviar en algo la violencia.