18 enero 2015

Charlie Hebdo, Islam y la crítica prohibida


Luego del asesinato de los dibujantes del semanario francés Charlie Hebdo, se reactivaron, entre otras, discusiones sobre la religión como elemento que motiva a quienes ejecutan ataques calificados como terroristas, que ponen a los ciudadanos del "primer mundo" a temer agresiones que de otro modo no cruzan su mente, a diferencia de lo que ocurre en otras partes, donde la muerte y el dolor son cotidianos. Al mismo tiempo y sobre todo desde la izquierda, se ha difundido un discurso que, por un lado, es crítico con la situación de subordinación vivida por muchos musulmanes en países occidentales, y que por otro está funcionando en varios aspectos como censura para quienes queremos analizar las prácticas religiosas, pues criticarlas se ha vinculado casi sin escapatoria, con perspectivas hegémonicas sobre cuestiones culturales y raciales.

La llamada izquierda tradicional tiene una larga historia de discusión de las ideas de la religión. No faltará quien traiga a colación los crímenes cometidos por dictadores como Stalin, y en un afán de defender la moral religiosa, señale a su ateísmo como causa de las atrocidades. Lo cual es contradictorio si quien recurre a este argumento -muy repetido pero también falaz- pretende al mismo tiempo demostrar que no son las ideas las que motivan la violencia, sino otras "desviaciones" y malevolencias padecidas por el agresor.

Lo que me preocupa personalmente, es que en un afán de conservar la corrección política, o tal vez debido a un legítimo compromiso con los problemas que afectan a grupos subalternos, muchas personas de la izquierda contemporánea han optado por evitar o incluso condenar las discusiones sobre el Islam que han resurgido en este contexto. Ciertamente es necesario hablar sobre la naturaleza de las publicaciones de Charlie Hebdo, sobre de qué manera encarnan la mirada sesgada de un occidente hegemónico, egocéntrico y abusivo. Pero no entiendo por qué una discusión deba excluir a otra, no veo incompatibilidad entre reconocer la opresión sobre un grupo e identificar el rol que las prácticas religiosas juegan en esa misma opresión, y en este caso, en los actos de violencia. Lo que parece decirse, entre líneas, es que la gente de Charlie Hebdo se lo tenía merecido, o al menos, que podía esperárselo. No voy a comentar eso más allá del estupor que me causa que se justifique una masacre.

Y respecto a la manera cómo desarrollamos esa crítica a la religión que, creo yo, sigue siendo muy necesaria, vale hacer algunas aclaraciones, ya que cuando he comentado en redes sociales he recibido reprimendas más o menos duras de parte de coidearios, incluso los laicos, incluso los que siempre han mantenido una postura escéptica, cuando menos frente al cristianismo. En primer lugar, criticar al Islam no es juzgar  o despreciar a las personas musulmanas. Una crítica responsable se cuidará de caer en falacias ad hominem. Seguro, en los medios se reproducen generalizaciones respecto a la religión y la cultura musulmana, ignorando la profusa riqueza cultural del mundo islámico. Pero ese no ha sido ni debe ser nunca el discurso de una nueva izquierda crítica. Sería igual que pensar que por ser atea no soy capaz de reconocer el aporte de artistas, científicos, filósofos y políticos del mundo cristiano. Segundo, una crítica de las ideas y las prácticas islámicas no tiene por qué ser racista. La religión no es inseparable del color de la piel de una persona. Rechazo con la misma vehemencia las acciones de Anders Breivik (varón blanco, cristiano, europeo, de derecha), que asesinó a 77 jóvenes en la isla noruega de Utøya, cuanto la masacre a los dibujantes del semanario francés. Cuando he criticado al cristianismo, nadie lo ha tenido por prejuicio racista, aunque millones de personas de color en el mundo son cristianas. Tercero, criticar al Islam no implica ignorar ni excluye la posibilidad de discutir otros problemas dolorosos como la situación en Palestina o la desgarradora realidad en Nigeria. Criticar al Islam, especialmente cuando promueve la violencia, no significa que no se pueda criticar también las acciones de Israel, los dobles dicursos del gobierno de Obama o los dobles discursos de la propia izquierda cristiana de América Latina.

Todo esto me deja aún más perpleja cuando quienes se resisten a analizar ciertos preceptos islámicos, son personas que en otros ámbitos alzan la voz frente a los discursos esencialistas. Esto llama la atención en América Latina, donde la religión católica como tecnología colonial ha sido determinante en la construcción de nuestras identidades clasistas, machistas, homofóbicas, euro-centradas. No, no todas las religiones son iguales; por lo menos el catolicismo no prevé la pena de muerte para los apóstatas -cosa que sí ocurre con el Islam- y existen prácticas muy pacíficas como las del jainismo, el hinduismo o algunas ramas del budismo. Lo que me interesa criticar y deconstruir es el esencialismo que se encarna en los discursos, en la noción de pecado que estigmatiza a las mujeres, a los gais, a las lesbianas, a los "infieles", a los indígenas, a las familias no convencionales; que manda a marginar o eliminar a "los otros". Y esto ocurre en religiones teístas tanto orientales como occidentales, aunque los niveles a los que escala la violencia en concreto, sean distintos. Esa es una conversación que debemos seguir teniendo, que no es incompatible con otras formas de crítica, que no tiene por qué ser eurocéntrica, y que puede y debe distanciarnos de la forma cómo varios discursos de la derecha descalifican a las personas subalternas, esos sí en términos jerárquicos de clase y raza, y muchas veces desde los postulados de una religión.