03 marzo 2008

Malentendidos


Ilustración: The eternal misunderstandings
between the paranoic boy
and the hysterical lady por LêA


Sólo puedo comunicarme con el otro en la medida en que él y yo damos sentido al universo de la misma manera y expresamos ese sentido en los mismos términos.

D.G. Boyle


Hace algunos meses, además de mi cátedra regular, tuve la oportunidad de dictar la de Lenguaje Instrumental, sustituyendo al profesor titular, que estaba enfermo. Entre las lecturas que los estudiantes utilizaron para trabajar había un artículo de Rosa Montero que he vuelto a leer varias veces, titulado Malentendidos. Me parece que se había publicado en El País, no estoy segura, pero lo que me llamó la atención fue la sencillez y claridad con que la autora aborda algo tan evidente que nadie parece notarlo: la incapacidad de los seres humanos para comunicarnos de verdad. Digo de verdad porque muchos dirán que lo evidente es más bien la posibilidad de comunicación, si no qué es esta maraña de actividades en red, correos electrónicos, llamadas de larga distancia, televisión, radio... telégrafo; todos ellos medios de comunicación, pero en este caso utilizo la palabra en sus acepciones de entendimiento, comprensión, identificación con una idea o mensaje.

Recordé una vez más el mencionado artículo porque creo estar atravesando una crisis de comunicación que va ganando peso a medida que aparecen nuevos conflictos -¿al igual que yo?-. Esto resulta paradójico considerando que quienes nos valemos del idioma como instrumento de trabajo deberíamos estar, en teoría, especialmente capacitados para darnos a entender, y sin embargo, en materia de relaciones humanas las posibles interpretaciones de lo que decimos se multiplican por el infinito: estados de ánimo, contextos, gestos, hora del día y hasta el clima son factores que inciden tanto en la capacidad de emitir como de recibir mensajes.

A esto podemos añadir que gran parte de las comunicaciones actuales están basadas en medios que excluyen el contacto personal, como los chats y los mensajes de texto. Podría decirse que cualquier cosa escrita -en particular si el autor no tiene destrezas en puntuación y sintaxis- puede interpretarse de cualquier manera imaginable. Cómo saber, por ejemplo, si el "no gracias" (o NO GRX) que alguien teclea es un "no gracias" educado, agresivo, irónico, malintencionado... los contextos muchas veces resultan insuficientes. Lo triste -¿o lo lógico?- es que las personas podemos herir mucho antes de tener oportunidad de explicarnos mejor y luego resulta no sólo complicado sino hasta incómodo y muchas veces inútil, tratar de volver las aguas a su cauce. Después de todo no es razonable esperar que alguien descifre un código invisible.

Personalmente, la convicción de no haber sido comprendida me produce una ansiedad agotadora, y la sospecha de haber herido sensibilidades, un sentimiento de culpa intolerable. Esto se suma a que ninguna de mis alternativas de solución me satisface:

  • Todo el mundo debe estudiar Lingüística y Semiótica para afinar su capacidad de emisión y recepción.
  • Los medios impersonales deben usarse sólo para localizar gente y no para conversar.
  • Nunca hay que emitir criterios personales sobre nada ni generar frases que involucren y/o afecten emociones. Esto equivale a no volver a hablar en la vida, supongo.
  • O bien: hay que mentir sobre lo que uno piensa y sólo decir cosas indefectiblemente agradables.

Regresando al artículo que cité al inicio, recuerdo que la escritora española concluía que la comunicación real entre las personas es prácticamente imposible. Pero con esperanza agregaba que pese a todo habrá momentos milagrosos en que sentiremos un calorcito especial en el corazón, cuando por unos segundos nos sintamos comprendidos y nos "rocemos los lomos"; y que este milagro será más placentero, íntimo y humano que las mismísimas relaciones sexuales.

López acuñó una frase que ahora forma parte de nuestra jerga doméstica: "voy a refundirme en mi miseria". Se me ocurre que el aislamiento voluntario sería la única escapatoria ante el peligro de los malentendidos... pero no, ya lo dijo Carmen Martín Gaite, hablar es lo único que vale la pena.