05 febrero 2017

Presentando "Lunas Azules Life": el bienestar es una cuestión política


Hace ya un par de años, luego de leer varios estudios sobre el pequeño porcentaje de personas que cambian su estilo de vida y logran mantener el cambio a largo plazo, en lugar de desanimarme frente al mínimo número de éxitos, decidí asumir el reto. Y lo hice por varias razones, pero no las que se podría suponer a primera vista: lejos de tratarse de un proyecto centrado en perder peso priorizando la apariencia física, para mí todo cayó en su lugar y empezó a funcionar cuando entendí la dimensión política del asunto.

El hecho de que el sobrepeso sea un problema que está adquiriendo dimensiones epidémicas -algo que es muy visible en los países más industrializados-, muestra que la cuestión va más allá del individuo. Cuando un problema se manifiesta en grandes proporciones, el nudo del dilema suele ser social, no individual. Paradójicamente, la industria de la dieta y el ejercicio venden sus productos como si la buena salud fuera responsabilidad absoluta de la persona y alcanzarla solo cuestión de  fuerza de voluntad. Ese enfoque lo reproducen muchas otras industrias, sobre todo la de los alimentos, y con frecuencia también las instancias médicas. Como resultado, muchas personas que inician una "dieta" o empiezan a un programa de ejercicio, se sienten derrotadas y avergonzadas si no logran mantener un plan que por lo general es muy restrictivo, o una rutina que se parece más a una sesión de tortura que a una actividad de bienestar.

Pero detengámonos a pensar por un momento. ¿Hasta qué punto hemos normalizado las comidas y bebidas que se sabe que son densas en calorías y pobres en nutrientes? ¿Lo pensamos dos veces antes de comer una porción de papas fritas de una cadena de comida rápida, o un cake empacado de los que se venden en el súper? Tal vez muchos sabemos que las papas no son precisamente la opción más saludable, y unos pocos están conscientes de que el cake contiene grasas hidrogenadas, que son básicamente tóxicas. Sin embargo, estos son los alimentos que nos rodean todo el tiempo, en todas partes, todos los días. Los liberales dirán que es cuestión del individuo decidir qué come, y que el Estado no tiene que ser "niñera" y promulgar leyes que, por ejemplo, limiten el índice de azúcar que deben contener las bebidas. Pero, ¿tenemos siempre la opción de comer sano?¿Estamos lo suficientemente informados como para tomar la mejor decisión? ¿Tenemos los medios económicos para optar? En un mundo en el que la educación es un lujo, por lo general las decisiones no son verdaderamente libres.

Caminar largas distancias
es un excelente ejercicio
En vista de esta situación, mi cambio de estilo vida se tornó en una suerte de reto socio-político: vivir lo más sano posible invirtiendo la menor cantidad de dinero. Empecé a investigar y a entender qué son las calorías, por qué importan; qué son los macronutrientes, qué relevancia tiene la proteína en relación con las grasas y los carbohidratos; por qué es más saludable comer una fruta aunque sea alta en azúcar, que un caramelo. Con mi pareja, empezamos a descubrir productos que siendo saludables son económicos: latas de garbanzos, fréjol, lentejas y otros granos empezaron a llenar nuestra alacena. La avena reemplazó a los cereales procesados. Descubrimos canales de ejercicios en YouTube y empezamos a "caminar" en interiores. Luego comencé a salir e incluir unos pocos minutos de trote que cada vez prolongaba más. Después pude encontrar un gimnasio económico. Mi pareja empezó a salir a caminar por las noches, luego de acostar a nuestro hijo.

Los cambios que iniciaron de forma modesta se fueron convirtiendo en hábitos y
los hábitos en necesidades. La grasosa hamburguesa que tal vez en algún punto fue una "tentación" para mi pareja, dejó de ser vista como alimento. Nos dimos cuenta de que era simplemente un producto. Un producto diseñado para producir una respuesta cercana a la adicción, alto en sal y grasas, y con muy pocas ventajas nutricionales. Comer sano empezó a ser una forma de resistencia política. Cuando descubrí el levantamiento de pesas pesadas y empecé a interesarme en ganar músculo a través de una práctica que tradicionalmente se ha considerado "cosa de hombres", me di cuenta de que el ejercicio también puede ser una forma de transgresión y resistencia feminista.

Sin duda, al cabo de varios meses no solo habíamos perdido mucho peso y mejorado considerablemente nuestro estado físico; también habíamos introducido en nuestra vida cotidiana una forma más ética de consumir. No comprar carne, por ejemplo, es nuestra forma de disminuir el sufrimiento de seres sintientes y contribuir a la preservación del medio ambiente. No comprar azúcar, es nuestra forma de cuidar los dientes y en general la salud de nuestro hijo. Comprar productos locales en la medida de lo posible, es nuestra forma de promover una economía un poco más comunitaria y justa. Planificar nuestras actividades de fin de semana alrededor de la actividad física es nuestra forma de conectarnos y encontrar solaz en el movimiento y la exploración. Cuidarnos para vivir más, finalmente, es la forma más honesta que hemos encontrado de practicar el amor que sentimos por nuestro hijo.

Comer sano puede ser delicioso
No voy a decir que todo ha sido fácil ni que no se necesita disciplina y salir de la zona de confort. Pero como decía, con el tiempo los buenos hábitos se van convirtiendo en necesidad y se vuelven segunda naturaleza. Ya no lo pensamos ni nos cuesta trabajo. Ahora, cuando vamos a comer fuera, ordenar una deliciosa ensalada en lugar de nuggets de "pollo" no es un sacrificio, es genuinamente la opción que nos parece más apetitosa. Sobra decir que todos estos patrones de comportamiento se están incorporando a lo que nuestro hijo entiende como "normal". Comer papas fritas de empaque no es lo común... tampoco es algo prohibido: es algo que hacemos de vez en cuando, un fin de semana, en una fiesta de cumpleaños, etc. Nuestro hijo siempre repite esta frase: "a little goes a long way, too much makes it unhealthy" (con poco se hace mucho, demasiado no es saludable).

Hoy, luego de tanto tiempo leyendo estudios, experimentando recetas y programas de ejercicio, probando distintas actividades y formas de comer, ha llegado el momento de compartir. Me encuentro en una etapa en el que, si bien debo ser clara e insistir en que no soy una profesional en nutrición o deporte, creo tener experiencias que vale la pena difundir. Esta nueva sección de Lunas Azules, en mi perspectiva, se conecta perfectamente con todas las otras, que han girado en torno a la política, la sociedad y la cultura. Estoy dispuesta a seguir rebelándome contra una industria que hace su dinero aprovechándose de la desesperación humana y se asegura en ese proceso de que los consumidores fallen una y otra vez, se culpen a sí mismos, y vuelvan a seguir comprando sus productos.

El Yoga promueve el bienestar físico y emocional

Esto es Lunas Azules Life: el blog que conocen, una cuenta de Instagram con tips diarios sobre salud y bienestar, y un nuevo canal de YouTube que espero actualizar al menos semanalmente. Quiero compartir mi historia, no porque crea que soy una suerte de heroína con férrea disciplina e infinita fuerza de voluntad. Más bien, estoy consciente de que mucho de lo que he podido hacer no habría sido posible sin ciertos privilegios de los que gozo, particularmente económicos. Por eso quiero poner mi experiencia al alcance de todos y acompañar a quienes están buscando formas de vida más saludables, a descubrir qué evidencia existe, por qué las "fórmulas mágicas" no funcionan, qué información es confiable y cuáles son los mitos. Y quiero explorar esas formas de vivir bien sin gastar demasiado. Al mismo tiempo, quiero estar acompañada en esta búsqueda constante de una vida que no solo sea más saludable, sino también más ética y políticamente coherente.