03 abril 2014

Censura, pornografía y feminismo


Los debates sobre la pornografía no son nuevos y los argumentos liberales que hacen énfasis en las libertades -de los individuos para mostrarse sin ropa, de los medios para expresar y difundir la desnudez, la sexualidad y el deseo- son menos nuevos aún. Desde las perspectivas feministas, tal vez el argumento más difundido en contestación a la tradición liberal, es el del feminismo radical, que habiendo identificado la violencia estructural del patriarcado, del androcentrismo y la dominación masculina, ve en la pornografía un mecanismo concreto de erotización de la dominación, que se vuelve instrumento de la dinámica social de sometimiento de las mujeres.


En el feminismo académico, los trabajos de las estadounidenses Catherine MacKinnon y Andrea Dworkin -y sus intervenciones en el desarrollo de reformas legales- son con seguridad los más conocidos en torno a la discusión de la pornografía como hecho violento que degrada y que debe ser materia de censura y hasta de intervención penal. Por supuesto, detrás del argumento principal -el de la violencia sexual estructural- se encuentran otras racionalidades subyacentes, como la confianza en el derecho penal como herramienta disuasiva o en general la idea de que las leyes pueden tener efectos de transformación social; temas que merecen discusiones más amplias y complejas.

Lo que me interesa subrayar aquí, sin embargo, es que esta oposición dialéctica entre la tradición liberal y la del feminismo radical no es la única problematización posible. Quiero recordar, por ejemplo, el pensamiento de feministas críticas como Ros Coward y Carol Smart que, alejándose de la dicotomía ya descrita, enfocan el problema de la pornografía como un problema de representación: nada es intrínsecamente pornográfico en el sentido coercitivo que describe el feminismo radical, y esto se debe a que nada tiene un significado inmutable independientemente del código que se use para interpretarlo. Por ello nuestra forma de leer la desnudez que aparece en las publicaciones médicas no es igual a la interpretación que ocurre cuando la desnudez aparece en una película porno. Por la misma razón, bien pueden haber representaciones pornográficas que degradan, cosifican o instrumentalizan a las mujeres aunque no contengan desnudos: pienso por ejemplo en tantas formas de publicidad o incluso en ciertas novelas románticas. Y por tanto el problema de la pornografía no es la desnudez explícita ni que su naturaleza sea inevitablemente coercitiva sino los códigos a través de los cuales interpretamos las representaciones de la mujer, y al mismo tiempo, el riesgo de que estos códigos -heteronormativos, entre otras cosas- se conviertan en las únicas formas posibles de entender la sexualidad femenina, limitando y marginando formas alternativas de vivir la corporalidad y el placer.

Uno de los puntos problemáticos de la postura del feminismo radical -problema que no es ajeno a otras tradiciones académicas y políticas- es el momento en que su agenda empieza a guardar similitudes con  agendas conservadoras, como por ejemplo insituciones religiosas que promueven la censura, no por detener la violencia de género sino motivándose en designios de moralización sexual (no es desconocido, según comenta Elisabeth Badinter, que McKinnon y Dworkin han recibido apoyo de la derecha cristiana para sus campañas). En otro post ya me había referido al peligro de que la creación de términos y categorías para definir y defender lo femenino pueda resultar en el surgimiento de nuevos estereotipos y mandatos sociales restrictivos.

Finalmente, aunque es cierto que la mayor parte de la pornografía -y otro material no sexualmente explícito- pone en circulación imágenes de las mujeres como objetos sexuales destinados al disfrute masculino, la censura y la penalización hacen poco por promover visiones alternativas de la sexualidad. Y esto no significa negar que la pornografía sea problemática, sino más bien invitar reflexiones más profundas sobre por qué es problemática en cada contexto, sin perder de vista otras representaciones de la mujer que también la cosifican aunque no sea a través de contenidos sexuales explícitos.