24 noviembre 2012

Educación, Roles de Género y Violencia


El 25 de noviembre de cada año se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, aprobado por las Naciones Unidas en 1999. Nos encontramos también en el marco de los 16 días de activismo contra la violencia de género, y en ese contexto considero importante hacer algunas observaciones sobre las estructuras culturales que permiten la continuidad del fenómeno y vuelven tan complicada la lucha por su erradicación.

Comenté hace unas semanas en un congreso de Derecho Penal, y hace un par de días en un foro-taller sobre violencia de género, cuán urgente es la generación e incorporación de marcos teóricos científicamente informados a la academia, al activismo y a las políticas públicas, con el objeto de puntualizar y analizar a la violencia de género para, desde esa construcción, proceder a la deconstrucción de imaginarios y costumbres. No se puede luchar contra un enemigo que no se conoce, contra un enemigo que no está definido e identificado. Muchas veces, cuando desde la academia, la política pública o la acción legislativa, no se ha tomado en serio el estudio profundo de los fenómenos sociales, se corre el riesgo de que las luchas se diluyan entre discursos, proclamas, plantones y mesas de discusión.


A mi criterio, una de las banderas que el activismo debe levantar hoy con vehemencia es la de la inclusión de la perspectiva de género en los planes de estudio de todos los niveles de instrucción, tanto desde la enseñanza cuanto desde las prácticas. No se puede ser lo suficientemente insistente en cuanto a la importancia de la educación cuando se trata de cambiar configuraciones sociales.

Pensemos a la realidad como un círculo o una espiral: una mujer ha sido sistemáticamente violentada por su conviviente, acude a un juzgado "especializado", denuncia, pide medidas de protección, se las niegan por no considerar que se trata de una cuestión grave (panorama que nos dibuja el proyecto de código penal integral)... quizá a la larga se absuelve al agresor por falta de pruebas y es posible que meses después la víctima sea encontrada sin vida en algún lugar, a lo mejor porque ha sufrido un "accidente". El juez, el fiscal, el policía que intervinieron en el proceso y que tenían la obligación de protegerla, tienen incorporados a su cosmovisión una serie de mitos y prejuicios machistas que no se ven mal en el medio social, sino que más bien son el estándar: el policía piensa que "seguramente ella se lo buscó, debe haber sido una mala mujer"; el fiscal quizá imaginó que "hay mujeres que se autolesionan para meter en problemas a sus maridos"; el juez comentó con su colega en algún momento: "eso es lo que sucede cuando las mujeres se salen de la casa y no se dedican al hogar".

En las facultades de Derecho del país, no se prepara a los estudiantes con una visión incluyente de la sociedad. Se da poco espacio o hasta se evita discutir problemas críticos como la penalización del aborto, el matrimonio y la adopción LGBTI, y la violencia de género oculta en nuestras actividades más cotidianas, incluso ejercida desde el propio profesor, aquél que mira lascivamente a la estudiante que se ha presentado al examen con minifalda, porque sabe que eso apuntalará su calificación; y lo que es peor, está contenta de ser vista como un objeto, no cree contar con otras herramientas, le han enseñado que ese es su destino.

Aunque el esfuerzo del activismo es notable y procura llegar a los jóvenes con su mensaje de convivencia armónica entre los géneros, el cambio debe realizarse desde los fundamentos mismos del sistema, ya que hoy la escolarización significa finalmente, el sometimiento a la reproducción de los mismos patrones conformistas, discriminadores y vacíos de crítica. Si bien se están implementando reformas esenciales que tienden al mejoramiento de la calidad de la educación superior, así como medidas de acción afirmativa para involucrar más a las mujeres en tanto docentes y directivas, aún no se propone una inclusión obligatoria y universal de la perspectiva de género en las mallas curiculares, a través de cátedras como Estudios de la Mujer, Estudios de Género u otras, que en países como Noruega (todos los países nórdicos en realidad), Estados Unidos o Reino Unido, forman parte de las mallas curriculares permanentes en las carreras sociales.

De estos cambios se beneficiaría a su vez el propio activismo y el feminismo institucional, pues contarían con mejores marcos teóricos para la comprensión y posterior deconstrucción de los esquemas culturales y las prácticas sociales que hasta ahora nos han impedido mitigar el problema. 


Quizá algún día dejemos de ver como el "curso natural de las cosas" a la historia de esa chica que destacó en sus estudios, que tenía un enamorado con el que a veces discutía y con el que después se casó, un marido que la llamó "mujer desnaturalizada" cuando quizo volver al trabajo después de su licencia por maternidad, que se burló de ella cuando propuso estudiar un posgrado, que le levantó la voz una noche porque la sopa estaba fría y finalmente la golpeó sin piedad y delante de los hijos porque le vio sonreírle a un viejo amigo del colegio en alguna fiesta. 

Quizá algún día las características biológicas y psicológicas de las personas dejen de ser una pesada carga que las destina a un rol social del que no pueden liberarse. Un rol frente al cual, el menor intento de rebelión será apagado a través de una violencia letigimada y aplaudida por la sociedad. Quizá un día tengamos entornos laborables más amigables para las madres, guarderías gratuitas, espacios para las mujeres que dan de lactar a sus bebés; quizá un día la licencia por paternidad sea igual a la de las mujeres y los padres disfruten de dar ternura y criar a sus hijos con amor y apego, sin sentir jamás la necesidad de subordinar y someter a su compañera porque "eso es cosa de mujeres".