09 enero 2017

Compartir la maternidad en redes sociales


Cuando miro las fotos y actualizaciones que madres y padres comparten en redes sociales, entiendo perfectamente la alegría que provoca mostrar a la familia y los amigos cómo los hijos van creciendo y todo lo que vivimos con ellos. Entiendo que cada paso que dan es motivo de celebración, por pequeño que sea, y la cultura contemporánea de la documentación nos arrastra e impulsa a ir capturando y publicando a cada momento. También noto, y esto es absolutamente comprensible, un cierto nivel de idealización en lo que publicamos y decimos, no solo sobre nuestros hijos, sino sobre nuestras vidas. La mayoría de las personas no solo quieren ser felices, sino también parecerlo, y en algunos casos lo segundo es más importante que lo primero. No se trata de sugerir una documentación hiperrealista en redes sociales. Mi punto más bien tiene que ver con el tipo de imágenes e ideas que producimos como estándares de lo que deben ser las relaciones humanas.

Ser madre o padre (y por lo general mucho más ser madre) no es fácil ni es un lecho de rosas. El otro día leía, también gracias a las redes, un par de artículos sobre encuestas aplicadas a personas que han tenido hijos, acerca de la felicidad antes y después de ser padres. Y no me sorprendió leer que dos de cada tres personas reconocen haberse sentido menos felices, sobre todo durante los primeros meses de vida del bebé, que antes de haber tenido hijos. Seguro pocos cambios son tan radicales y súbitos como los que operan cuando se tiene un bebé por primera vez. Por otra parte, los arquetipos socioculturales normalizan ciertos sacrificios que vistos de cerca son casi sobrehumanos, sobre todo en las madres: no nos admiramos, por ejemplo, cuando de una persona que acaba de pasar por una cirugía mayor, como es la cesárea, se espera que inmediatamente se ponga a trabajar con devoción en el cuidado de un recién nacido que demanda atención todas las horas del día. La depresión posparto de hecho es una condición mucho más frecuente de lo que se reconoce. Estas cargas enormes sobre el cuerpo de las mujeres, no solo están normalizadas sino que salirse del patrón es una forma de desviación: cuánto se condena por ejemplo -y sobre ello he comentado mucho en este blog- a las mujeres que por la razón que sea no amamantan o a las que vuelven a trabajar "muy pronto". Como resultado muchas sentimos que quejarnos de cualquier dificultad, o incluso hacer algo para aliviar la carga, nos hará ver como mamás "desnaturalizadas".

Por razones como estas, a veces me pregunto si no es problemático mostrar en redes sociales solo el lado "sublime" de la maternidad. No porque crea que es mi obligación publicar todos mis tropiezos o momentos no tan felices, sino porque así yo también contribuyo a afirmar ese ideal de maternidad como medida de validación de la vida de las mujeres. Cuando como mamás comparamos a los hijos con los niños de otros, en realidad nos estamos comparando entre nosotras. En sociedades obsesionadas con el "éxito" (entendido como acumulación de dinero), los hijos también llegan a ser mostrados como una suerte de trofeos que se pueden exhibir para demostrarles a los demás cuán bien nos está yendo en la vida.

Y en sociedades obsesionadas con el Yo, con la autonomía, la autosuficiencia y un sentido de libertad que se traduce en posibilidades de gasto y consumo, los hijos también pueden convertirse en canales a través de los cuales nos probamos a nosotros mismos que tenemos un horizonte, que tenemos un lugar en el mundo, que nuestra vida tiene sentido y que podemos hacer "que no les falte nada". Por ejemplo, cuando un hijo cumple años, muchos padres publicamos fotos y mensajes que mirados con atención no son sobre los hijos, sino sobre nosotros mismos: "hace X años llegaste a mi vida"; "desde que te conocí mi vida cambió para siempre", y así por el orden. Y como dije, ese enfoque egocéntrico de la maternidad y paternidad tal vez también es un mecanismo de defensa para sobreponerse a las dificultades y perplejidades con las que nos enfrentamos por estar a cargo de la crianza de un ser humano. Así que tal vez sea mejor ensayar otro estilo de pensamiento, reemplazar el "has cambiado mi vida..." por algo como "¿de qué formas estoy cambiando tu vida?". Los hijos son sus propias personas, con sus propias vulnerabilidades, sus problemas y sus descubrimientos. Cuando pienso en que soy mamá, procuro pensar en lo que le puedo enseñar al hijo que le sea útil para sobrevivir y para aprender ayudar a los otros. Y trato de evitar, tanto como puedo, que sean mis frustraciones, logros o vanidades los que estén en el centro cuando se trata de darle esas herramientas.