
En una de esas espontáneas entradas de Calendario Lunático, escrita en medio de reflexiones y ansiedades, quise anotar un par de ideas que conectan con el artículo de mi amiga y que ahora tal vez tienen forma más definida como para incorporarlas a Lunas Azules.
Quizá no nos apercibimos, en medio de nuestras rutinas, de que todas las cosas pequeñas son metáforas de algo más grande. Nos valemos siempre de metáforas para explicar las cosas: metáforas que a su vez son arquetipos de lo que en general se considera correcto y conveniente. Así, todos tenemos una idea más o menos clara de lo que implica ser exitoso: tener un buen empleo -es decir, bien remunerado-, una mujer bonita o un marido solvente, una casa propia, un automóvil, unos hijos deportistas que se eduquen para continuar el patrón del "éxito". El paradigma del matrimonio en occidente implica necesariamente la monogamia -cuando menos debe aparentarse- y una vinculación muy parecida a la que existe entre los objetos y sus dueños, en un sistema en el que la propiedad privada es el derecho sagrado por excelencia.

Así, la mayoría de nuestros modelos de vida, incluso los que pensamos más espirituales o metafísicos, son reproducciones, pequeñas metáforas del gigantesco y sistemático mercado, en el que el dinero no tiene respaldo real, se juega a la lotería financiera, se perpetua la deuda de todos los países y sus habitantes y se mantiene la ilegalidad de ciertos productos para propiciar que su negociación genere ganancias obscenas. Ganancias para pocos, ceguera y alienación para la mayoría. Todo es una metáfora de algo más grande.