17 diciembre 2008

El amor es un gran mercado

1120075_buy_and_sell_2 La Gaba, una de mis más entrañables amigas, que además es compañera de aprendizajes e ideología, escribe desde hace un tiempo en un blog maravilloso: sus entradas, muchas veces lacerantes, de una honestidad casi brutal para el gusto común, son textos necesarios, imprescindibles.  Particularmente, este post , con el que me sentí muy identificada, me parece un corolario de las incertidumbres, pero también de las motivaciones, que la vida en un sistema mecanizado y mercantilizado pueden provocar en quienes deciden dejar de ser observadores pasivos, dejar de vivir solamente porque el aire no cuesta, y comenzar a reducir la brecha de la incoherencia entre lo que se dice y lo que se practica.
 
En una de esas espontáneas entradas de Calendario Lunático, escrita en medio de reflexiones y ansiedades, quise anotar un par de ideas que conectan con el artículo de mi amiga y que ahora tal vez tienen forma más definida como para incorporarlas a Lunas Azules.
 
Quizá no nos apercibimos, en medio de nuestras rutinas, de que todas las cosas pequeñas son metáforas de algo más grande. Nos valemos siempre de metáforas para explicar las cosas: metáforas que a su vez son arquetipos de lo que en general se considera correcto y conveniente.  Así, todos tenemos una idea más o menos clara de lo que implica ser exitoso: tener un buen empleo -es decir, bien remunerado-, una mujer bonita o un marido solvente, una casa propia, un automóvil, unos hijos deportistas que se eduquen para continuar el patrón del "éxito".  El paradigma del matrimonio en occidente implica necesariamente la monogamia -cuando menos debe aparentarse- y una vinculación muy parecida a la que existe entre los objetos y sus dueños, en un sistema en el que la propiedad privada es el derecho sagrado por excelencia.
 
1108079_monthly_fee_5 Vivimos y nos movemos entre el deseo y la desesperación. Deseo, porque antes de vivir, ya sabemos cómo "debe ser" la vida; deseo de alcanzar un modelo dibujado a priori, sin preguntarnos nunca si no es más lógico construir la felicidad en la marcha, viviendo nuestra propia circunstancia.  Desesperación, porque el mundo moderno reserva las recompensas que promociona, a unos pocos privilegiados y nos enseña que una vez que algo se consigue, hay que desear más y "luchar" por alcanzarlo.  ¿Suena familiar esta dinámica? Por supuesto, es la dinámica del mercado: en nosotros se siembra el deseo de comprar los productos que nos han diseñado, deseamos lo que quieren que deseemos. ¿Quienes? Los que se benefician de las ventas, naturalmente.
 
Así, la mayoría de nuestros modelos de vida, incluso los que pensamos más espirituales o metafísicos, son reproducciones, pequeñas metáforas del gigantesco y sistemático mercado, en el que el dinero no tiene respaldo real, se juega a la lotería financiera, se perpetua la deuda de todos los países y sus habitantes y se mantiene la ilegalidad de ciertos productos para propiciar que su negociación genere ganancias obscenas.  Ganancias para pocos, ceguera y alienación para la mayoría. Todo es una metáfora de algo más grande.