13 octubre 2009

Machuca: las cicatrices de Latinoamérica

La había visto hace algunos años en un festival de cine independiente y la volví a ver ayer con renovada conciencia histórica.   Machuca es una película estrenada en 2004, que se sitúa en el Chile de de 1973 durante el gobierno de Salvador Allende y la abrupta transición al régimen de facto de Augusto Pinochet, hito histórico enmarca a un lenguaje verbal y visual muy directo con el que se muestran una serie de características que los países latinoamericanos tienen en común, entre ellas el rechazo a lo mestizo, la sobre valoración de la estética occidental y la anatomía caucásica, y la furiosa resistencia al cambio que la derecha conservadora ha utilizado como arma de defensa de sus intereses a través de los tiempos.

Pedro Machuca "Peter" es un chico pobre que vive en los barrios marginales de Santiago y que por azares de la vida va a dar al Saint Patrick, un colegio privado que, por iniciativa de su rector, el cura MacEnroe, empieza a acoger a estudiantes becados, provenientes de los estratos menos favorecidos de la ciudad.  Las terribles contradicciones entre clases sociales son dolorosamente visibles desde el primer momento, y aunque en algún punto parece posible la amistad pura entre dos niños, el uno acomodado y el otro de escasos recursos, el delgado hilo termina por romperse, incapaz de resistir el peso del agudo enfrentamiento social, de la distancia entre un corazón que se congela y otro que arde, de la diferencia entre "las peras y las manzanas" que es la analogía que utiliza la madre de Gonzalo Infante, el niño pelirrojo y bien vestido que traba amistad con Machuca y Silvana, una chica abandonada por su madre que se gana la vida vendiendo banderitas en las manifestaciones que convulsionaban a la ciudad en ese entonces.  Los tres compartirán aventuras y experiencias; el despertar de su sexualidad, la diversión del juego, la visión de un mundo de adultos lleno de hipocresía, engaños e injusticias.


La película está basada en hechos reales vividos en carne propia por el director, Andrés Wood , quien fue testigo de esta suerte de experimentación social llevada a cabo en un colegio católico de Santiago durante los primeros años de la década del 70.  La película posee una carga emocional perturbadora que conmueve al espectador enseñándole la naturaleza humana y la imagen de una época a través de los ojos transparentes de los niños.  Hacia el final se alcanza un clímax de dolor y violencia con escenas de la irrupción de los militares en el colegio de los chicos y en el humilde barrio de invasiones ilegales en el que vive Machuca, para disparar a quemarropa y sin piedad a quien opusiera resistencia, incluída Silvana, la amiga de Machuca y Gonzalo, quien intenta evitar que le propinen una paliza a su padre.  Gonzalo consigue escapar de la operación militar pidiéndole a uno de los soldados que lo mire bien, y éste, ante su piel blanca y su ropa de marca, concluyendo que es imposible que el muchacho pertenezca a un barrio tan pobre, le permite huir dándole una palmada amistosa en la cabeza.

Esta es una de las verdades incómodas de Latinoamérica, una herida que sigue sin sanar; fenómenos sociales propios de la disparidad étnica y económica, herencia de los tiempos coloniales y, modernamente, consecuencia de la asfixiante publicidad que impone modelos inalcanzables de felicidad basada en el bienestar meramente material.  Las brechas sociales separan a los seres humanos en nuestros países; los prejuicios raciales, la xenofobia, el egoísmo y el conservadurismo nos han llevado a avergonzarnos de nuestra propia identidad mestiza, de nuestros nombres y apellidos, de unas irrepetibles características culturales que no se desarrollan ni aprovechan, porque se señalan con el dedo como defectos y nos impiden identificarnos con el otro para darle la mano y tomar la que nos ofrece.