Ahí va. Uno de los prototipos del mismo Dios. Un poderoso mutante de alguna especie nunca considerada para la producción en masa. Muy extraño para vivir, y muy raro para morir.
-Raoul Duke en Fear & Loathing in Las Vegas
No es nueva (1998), pero la vi por primera vez este fin de semana y me impresionó, no solo por la interpretación que de tan excéntrico personaje hace el Señor Actor Johnny Depp o la intensa actuación de Benicio del Toro, sino por su exquisito, originalísimo guión. En el tema de las drogas, tengo mis reparos, supongo que lo he mostrado en mis posts sobre straight edge o alcohol . Me considero tolerante y estoy por la legalización, pero confieso que me incomoda rodearme de personas que se drogan. El placer no es un antivalor por sí, pero los caminos para alcanzarlo pueden serlo en cuanto empiezan a afectar la vida de terceros, animales humanos y no humanos. Sin embargo, he llegado a pensar, sobre todo después de ver Fear and Loathing in Las Vegas -de Terry Gilliam-, que la drogadicción no es otra cosa que una manera alterna de existir, o sea, otro modo del ser, para el que debería existir una suerte de ontología paralela. Me hacen gracia mis propias palabras, tal como me hizo gracia el filme del que hablo. Definitivamente poco comercial -fue un fracaso en taquilla-, la cinta podría resumirse como dos horas de miedo, asco y carcajadas bizarras: uno se ríe de situaciones absolutamente absurdas, violentas, estrambóticas, pero que se presentan como parte de la cotidianidad.
El narrador, conocido en la cinta como Raoul Duke, periodista, es un "coleccionista" de drogas, desde las más conocidas como la marihuana y la cocaína, hasta las menos comunes, como el adrenocromo, el éter y la mescalina. Vemos el mundo desde sus ojos y desde su cerebro: las imágenes se alteran conforme se altera su conciencia y su paranoia sube y baja; es un mundo desordenado por decir lo menos, en el que la sobriedad es una condición mental imposible, con largos períodos de tiempo acelerado, flashbacks y lagunas mentales. La colorida ambientación en los años setenta, sumada a las luces y el glamour de Las Vegas, son el escenario perfecto para mostrar con más precisión el contraste entre lo estético y lo asqueroso. Incontables escenas del "abogado" que siempre acompaña a Duke, vomitando o sumergido en oscuros líquidos en los que flotan latas de cerveza y cáscaras de naranja, se suceden y alternan con las alucinaciones del singular periodista, que pueden ser "artísticas", terroríficas o hilarantes. Recuerdo en especial una escena en la que, luego de intoxicarse con éter, este par de viajeros ingresan a un circo-casino caminando de la manera más angulosa, errática y ridícula que puedan imaginarse, y lo que es peor, con plena conciencia de ello.
Duke y Gonzo -el abogado- son definitivamente dioses. Evaden todo posible encuentro con la ley y el orden. Escapan de las situaciones de riesgo de las maneras más inverosímiles. Algo tienen de "intocables" pues incluso cuando, por exceso de velocidad, un policía detiene a Duke, se distancia cordialmente de él como si su nombre tuviese más poder que el del presidente, no sin antes robarle un beso (!). De seguro Dios es un loco drogadicto sin intervalos de lucidez, o tal vez nos mantiene drogados a todos de forma continua. Lo cierto es que entre lo trascendente y lo inmanente hay un abismo insalvable y ese es el origen de nuestra angustia, de la angustia existencialista. La cultura, la sociedad y los humanos aparecen decadentes, desorientados, como marionetas de mal gusto. Una realidad que vista con cristales de color puede terminar pareciéndonos tan absurda como insignificante... todo es tan leve que a la larga da lo mismo.