04 junio 2007

Para mañana...

El verbo preciso: procastinar. Esa encantadora acción (¿acción?) de postergar lo que tenemos que hacer -por ejemplo comenzar a redactar un ensayo sobre el fallo del Tribunal Constitucional acerca de la detención en firme, en mi caso-, para abandonarnos a otras ocupaciones más dulces o divertidas, aunque no necesariamente menos complicadas, como avanzar en vídeojuegos, tocar la guitarra, escribir entradas en un blog y hasta arreglar la casa. Incluso hay casos curiosos como el de uno de mis socios que, teniendo que estudiar especializados temas de derecho administrativo, se pasa la tarde repasando las instituciones políticas de la historia.

En el afán de escapar de los brazos arrulladores del dejar para mañana, adquirí una agenda, ya no la de Garfield o Mtv como en los buenos tiempos colegiales en que una esperaba ansiosa tener algo qué hacer para pegar el respectivo adhesivo en el espacio diseñado para el efecto; sino una simple y económica libreta con líneas y fechas, aunque en realidad hubiera preferido una PDA -sofisticado dispositivo que reúne las funciones más esenciales de una computadora en un tamañito cómodo y portátil- o un secretario personal que me salude por la mañana con una taza de café y un "Dra. Tapia, para hoy tenemos..."; pero ante mi condición de joven recién graduada no muy productiva, mi única opción era el tradicional papel. Supuse que un listado ordenado de tareas diarias sería una suerte de menú dietético que me recordaría que es necesario mantenerse en régimen, cuando menos de lunes a viernes, y cumplir lo programado para dejar de aterrorizarme cada noche cuando caigo en la cuenta de que todavía no comienzo las tediosas tareas intelectuales que se me exigen, mientras la barroca columna de libros crece sobre mi escritorio a velocidad bíblica.

Aparentemente todos, en mayor o menor medida, tendemos a procastinar. ¿Es exceso de autoconfianza o demasiado temor a equivocarnos? ¿Seguridad de que de una u otra manera, trabajando bajo presión, conseguiremos terminar a tiempo nuestros deberes, o miedo a comenzar siquiera algo que no nos sentimos capaces de lograr? La respuesta parece incierta, y si bien la procastinación excesiva se asocia con ciertas formas de depresión y otros desórdenes psicológicos, el dato curioso que encontré esta vez y que creo vale la pena mencionar, es que está estadísticamente comprobado que la costumbre de procastinar puede llevar a la dependencia de Internet o de las computadoras, por la posibilidad que estos medios ofrecen al individuo de aislarse de la realidad y olvidarse de que está procastinando, verbigracia, continuando con su círculo vicioso. Esta información es del todo sospechosa, ya que al final del día y en este mismo momento soy lo que el maestro Fito Páez llamó "un cadáver conectado a Internet" y tanto en la oficina como en el hogar y la Universidad tengo siempre una computadora en frente. Ahora se me viene a la mente aquél ensayo escrito por Lafargue, yerno del viejo Marx, titulado "Elogio a la pereza", pero esa es otra historia.

¿Ideas para sabotear la procastinación? Busque bagatelas en Mercado Libre para interrumpir sus conversaciones de mensajería instantánea con sus amigos (quienes probablemente se encuentran en la misma habitación que usted). Juegue Pac Man -¡tiempos aquéllos!- o ajedrez online para interrumpir su lectura de noticias y blogs (que jamás leería si no tuviera trabajo qué hacer). Atención, dije para "sabotear" no para volver a sus tareas obligatorias. Al fin y al cabo el tiempo es hoy y sólo se vive una vez: ya lo dijo el Federico (Nietzsche), la madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño. Pero por si acaso... ahora mismo apago esto y de vuelta al trabajo.