25 noviembre 2013

Reinventarme como feminista


Imagen de http://cgtcantabria.org
Ser mujer, mestiza, pobre, campesina, lesbiana, pansexual, transgénero, soltera, gorda, encarcelada, violada, atea... anormal. Ser mujer en un mundo de varones heterosexuales. Ser mujer frente a la violencia de la heteronormatividad. Ser mujer.

En América Latina y en el Ecuador ser mujer es enfrentar diariamente discursos discriminatorios que se conectan y se superponen. El 25 de Noviembre, día internacional por la eliminación de la violencia contra la mujer, fue una propuesta nacida en el seno de América Latina. Muchas agendas han incidido en las luchas históricas de los movimientos sociales de las mujeres, agendas nacionales y transnacionales y también agendas que gritan desde adentro, desde la selva, desde la montaña, desde el mar, que es necesario crear puntos de resistencia propios, que encarnen los sueños de emancipación de las mujeres marginadas de la mirada de la globalización.

Frente a una política nacional e internacional que a veces responde a oscuros intereses y frente a una innegable realidad de violencia y un imaginario colectivo de subordinación que no se ha superado pese a lo que muchos pretenden hacer creer, las feministas nos preguntamos quiénes somos, qué estamos haciendo y por qué seguimos luchando.
 
Hace años, cuando estudiaba Derecho en pregrado, no sabía de qué se trataba el feminismo. Creía, con mucha gente, que el feminismo era una suerte de discriminación al revés. Una rabia vengativa de las mujeres dirigida hacia los hombres sin mayor justificación. Al fin y al cabo ser mujer no me había costado muy caro, o eso creía yo: estaba estudiando para ser profesional, no me hacía falta nada, era libre. La ilusión de libertad suele ir de la mano con la ignorancia: alguna vez oí decir que los pájaros que nacen en jaulas creen que volar es una enfermedad. Mis clases de ciencia política no incluyeron al feminismo como movimiento social. Mis clases de teoría del derecho no incluyeron a las teorías jurídicas feministas. Mis clases de derecho penal jamás mostraron una perspectiva de género. Pero no sólo eso, en general mi educación jurídica fue doctrinaria y dogmática, con un espacio estrecho para la discusión, incluso pese a las buenas intenciones de los profesores de abrir horizontes para el debate: nunca se superó el discurso de los derechos y la justicia heredados del humanismo y la Ilustración como ideales y verdades casi absolutas, que de la mano de autores como Luis Recasens y John Rawls, fueron nuestras herramientas filosóficas más profundas y "transgresoras" para el análisis del discurso legal. Pero el mundo no acaba en sus propios linderos.

Un atisbo de visiones alternativas se presentó cuando cursaba la maestría en derecho penal, a través de las clases de Criminología, que esta vez incluyeron verdaderos componentes críticos. Por primera vez descubrí que existían otras maneras de entender los comportamientos desviados. Con "Vigilar y Castigar" de Foucault y "La verdad y las formas jurídicas" del mismo autor, el mundo de los discursos construidos y las verdades fabricadas apareció ante mis ojos. Fueron los primeros desafíos a los binarios del pensamiento occidental con los que se piensa el derecho: legal/ilegal; lícito/ilícito; justo/injusto; bueno/malo.

Viví el "boom" del "neo constitucionalismo" en la región. Leí ávidamente a Luigi Ferrajoli y pensé al garantismo penal como el mejor modelo de racionalidad y equilibrio para limitar el poder punitivo del Estado, el cual siempre me había producido una reacción visceral de rechazo que hasta ese momento no podía explicar debido a la falta de marcos teóricos y metodologías críticas. Pero nuevamente, lo más progresista en lo jurídico no fue suficiente.

El feminismo ha cambiado, se ha reinventado, se ha diversificado. La lucha liberal de las primeras olas, gracias a la cual hoy las mujeres votamos, podemos educarnos y trabajar, se profundizó y visualizó el rol de la sexualidad en la opresión de las mujeres. Feminismos socialistas, marxistas, radicales, desafiaron a las estructuras patriarcales y cuestionaron la normalización de la violencia. Las feministas después se darían cuenta de que las mujeres somos distintas, que algunas vivimos en el campo, tenemos la piel oscura y somos pobres, y por lo tanto repetidamente discriminadas; algunas vivimos en tierras que fueron colonizadas una y otra vez. Algunas vamos a la cárcel con nuestros hijos y los criamos allí, encerrados. Otras hemos sido reducidas a cuerpos con los que se trafica y se negocia. Otras mujeres nos enamoramos de mujeres y el Estado nos dice que no somos familia, que no podemos tener los derechos de la idealizada familia nuclear, que ni siquiera existe. También hay mujeres que no nacieron con un cuerpo biológicamente femenino, y ese hecho es una cadena que deben arrastrar toda su vida porque el Estado les dice que la genética debe marcar su camino, nos dice a todas que tenemos que ser esclavas de las partes de nuestro cuerpo, que aunque nos cambiemos el nombre no podemos ser quienes queremos ser, ya que nuestros documentos estarán allí para gritarle al mundo la verdad, su verdad, la verdad impuesta.

Hoy me pienso como feminista, si es posible mucho más que antes pero también de otra manera. Tras algunos meses de haber iniciado mis estudios doctorales, paradójicamente marchando lejos de mi tierra para verme al espejo y ver los rostros de mis hermanas junto al mío, siento cómo -no sin dolor- se van arrancando de mi cabeza, de mi cuerpo, de mi corazón, una serie de verdades aceptadas y asumidas que me estaban limitando sin que yo lo supiera. Creía ser crítica pero apenas ahora estoy aprendiendo a preguntar. Y a volver a preguntar y a deconstruir las respuestas. A resistir. A asumir mis responsabilidades éticas como estudiante, como investigadora, como creadora de nuevos discursos que siempre están en riesgo de ser absorbidos y colonizados por todo lo que asumo, por lo que creía saber, por mi ego y por el ego de todos los que piensan que su verdad es más verdad que otras. Lucho contra la construcción de "ellos" y "nosotras", contra todo esquema mental, político, teórico que me impida valorar la interconexión e interdependencia entre las personas, la necesidad del otro, el dolor de los otros, el rostro del otro que al mismo tiempo es el mío.

Quiero decir que el feminismo me ha enseñado a rebelarme contra el autoritarismo de la abstracción y la generalización. El feminismo me ha enseñado a cuestionar los estándares normalizadores de la ley y los valores masculinos, binarios y jerárquicos del derecho. El feminismo me ha permitido ver que las identidades impuestas, las etiquetas, las predeterminaciones, son formas de esclavizar. Me ha enseñado a desconfiar de las institucionalizaciones, incluso si son "estratégicas". Me ha mostrado que es necesario preguntarnos cómo hablamos de las cosas, cómo con nuestros discursos construimos paradigmas excluyentes. El feminismo me está mostrando que hay algo más allá del discurso liberal de los derechos, que más allá de la meta de "dar a cada uno lo suyo" en un mundo en el que hay gente que no tiene nada, hay otros caminos que pueden llevarnos a pensar más bien en no hacer sufrir, en no lastimar, en reconocer las vulnerabilidades de todos.

No tengo respuestas, sólo preguntas, y mis preguntas cambian todos los días. Algunas persisten y se profundizan, señalándome los espacios y las posibilidades para el descubrimiento. Pero más adentro, en un lugar más íntimo que el del trabajo y la reflexión académica, en mi vida diaria, con mi hijo que está aprendiendo a hablar, que se crió sin leche materna, sin colecho, y con un papá "amo de casa"; con mi compañero que no comparte mis raíces, ni mi lengua ni mis ansiedades pero que entiende y acompaña todas mis luchas; conmigo, con mi cuerpo que me enseñaron a hacer de menos, con mis emociones que a veces han sido armas suicidas, con mis afectos que le dan sentido a todo lo que me abruma, con todo esto, el feminismo es una forma de vida, un hábito de continua incomodidad intelectual, un permanente replanteamiento ético y un refugio contra el cinismo, una piel para caminar en el mundo desde que amanezco, cada día, sedienta de esperanza y decidida a abrazar el optimismo.